Pudo haber sido una estrategia. Es decir, pedir 100 cuando en realidad necesitas 50. O lanzar la piedra para calar la reacción de la gente. Así se puede explicar el hecho de que se hayan echado para atrás con la presentación del paquete de reformas que modificaría el sistema judicial mexicano.
Mal le fue en esta primera prueba. Resultaba evidente que no tendría buena aceptación, si lo que se pretendió proponer, que al final no se propuso, era ampliar la figura del arraigo (contraria a los derechos humanos), admitir pruebas obtenidas de forma ilícita, como tortura, derrotar el principio de presunción de inocencia, y en general, vulnerar la autonomía del poder judicial, por medio de la creación de un tribunal especializado, nombrado por el Senado, encargado de juzgar a los integrantes del Poder Judicial, independiente de la Suprema Corte y el Consejo de la Judicatura. De alguna forma, esta paquete buscaba echar para atrás el sistema penal acusatorio.
Pero la pregunta que debe permear profundo, es ¿para qué queremos una reforma judicial? La primera respuesta es negativa. No debe ser para darle mayor control a las instituciones encargadas de la procuración de justicia, a costa de los derechos humanos, sobre todo los de debido proceso. Nuestros problemas no se resolverán metiendo a más gente a la cárcel.
Queremos en cambio una reforma judicial que fortalezca las capacidades de investigación de las autoridades, que respete los derechos humanos y que tenga como eje esencial la dignidad de los mexicanos. Que la justicia sea accesible a las personas, sobre todo el juicio de amparo y que tenga como propósito eliminar la corrupción de los impartidores de justicia. Como fin último, debe de ser vista como la piedra angular para terminar con la impunidad.
Es necesario elevar la capacidad punitiva del Estado, sí. Es necesario que quienes lo merecen estén en la cárcel, sí. Pero no a cambio de cualquier cosa. Esa lógica es autoritaria y regresiva.
El segundo imperativo categórico de Kant dice: Obra siempre de tal manera que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca como un medio.
Foto: Eduardo Miranda