López Obrador no se da cuenta que su arrogancia es su peor enemiga y al ser su pulso principal, va en contra de su ilusión de pasar a la historia como el mejor presidente de México.
Es un lugar común asumir que en épocas de crisis, sale a la luz la verdadera anatomía de los líderes. Es ahí, en circunstancias inesperadas y sorpresivas, cuando las cualidades y defectos relucen y no es posible apartarse a las sombras. La crisis desnuda a las personas y sus intenciones.
Desconocemos si el 2020 va a ser para López Obrador, lo mismo que el 2014 para Peña Nieto. Ese 2014 fue el detonador para un gobierno que no supo ni tuvo la capacidad de sortear una crisis profunda, provocada por ellos mismos. Claro, las circunstancias son completamente diferentes y sabemos de cierto que el contexto hace la diferencia. Pero el paralelismo no es ocioso.
Este año tiene otro rostro y presenta retos muy distintos. Pero en su naturaleza comparte un rasgo esencial. Y es que la narrativa se le ha escapado al presidente de las manos. Por más que intente moldear la conversación y definir los contornos de su presidencia, la realidad le ha impuesto condiciones que no puede controlar. No es responsable de la crisis, pero sí de la manera en que responda a ella.
Y vemos azorados, un día tras otro, con enorme decepción que la estrategia parece, más que cualquier otra cosa, una melodía improvisada. En decretos, acuerdos y mensajes, se inventan las formas en que “supuestamente” se enfrentará la crisis. El presidente sigue con lo suyo, con sus proyectos de infraestructura y embistiendo en contra de enemigos tan generales, que parecen invisibles. Son molinos de viento. Ataca al neoliberalismo como el gran causante de todos los males y arremete en contra de medios de comunicación críticos, como si en esas invectivas estuviera la solución. Son más bien espejos de humo.
AMLO corre el gran peligro de que el país que tan bien conoce, le comience a ser ajeno. Es su arrogancia la que lo ciega ante una nueva y compleja realidad. Y si, aun tiene mucho respaldo popular, pero es finito. Nuestro entorno tiene una nueva anatomía.
De tener un guion bien fabricado, todo está cambiando. Comenzamos a ver que el libreto, el escenario y el circo son otros, se están transformando. Al parecer todos los vemos, excepto el presidente y sus muy fervientes. Si tuviéramos oposición, tal vez otra historia sería. Pero estamos huérfanos.
López Obrador está perdiendo el control y ya perdió la narrativa. ¿Tendrá la capacidad para adaptarse a la nueva realidad, como todos, o en su arrogancia insistirá en sus ilusiones de entonces?
Foto: Cuartoscuro