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Por Andrea Jiménez

“Antes que pasara toda esta chingadera del coronavirus, si hacía dinero me iba a un hotel, si no, dormía en la calle”, afirma Tiffanys, una de las 13 chicas que viven en el Hogar Casilda Buenrostro, el primer albergue para mujeres trans de la Ciudad de México y de todo el país.
“Me vine a México porque en Honduras no hay trabajo. A las mujeres trans nos matan”, denuncia esta migrante, amenazada de muerte por pandilleros de la Mara Salvatrucha. “Estuve enredada con el hermano menor de un marero y eso te mete en líos”. Luego de cinco años residiendo en México, Tiffanys confiesa que hay una cosa a la que ahora teme más que regresar a su país, volver a la calle. “Kenya me recogió desnuda y hasta descalza de la banqueta y me trajo aquí. Si no es por ella estuviera ahora botada en el piso”.

Kenya Cuevas, activista por los derechos del colectivo LGBTT, es la fundadora y directora del refugio ubicado en la colonia La Casilda, en la delegación Gustavo A. Madero, al norte de la ciudad. La apertura del centro estaba prevista para el 2 de abril, pero como tantos otros eventos a los que se interpuso la crisis sanitaria por el COVID-19, se paralizó su inauguración. “Eso no ha impedido que sus puertas se abran para las chicas que lo necesitan de forma urgente. Distintas organizaciones como Médicos sin Fronteras (MSF) o la Comisión Mexicana de Ayuda a los Refugiados (COMAR) nos canalizan los casos”, explica Cuevas, quien en las últimas semanas divide su tiempo entre poner orden en la casa hogar y organizar jornadas de donación de alimentos para gente en condición de calle. “La emergencia sanitaria nos ha complicado mucho la actividad y hemos tenido que suspender los eventos. Pero no la repartición de comida y la atención a la gente. No les vamos a dejar morir de hambre. Porque se mueren de hambre, ¿eh?”

Kenya Cuevas

Casilda, como llaman las propias chicas al refugio que dirige Cuevas, empezó a funcionar desde enero sin muebles y sin personal. El edificio fue una donación de la Secretaría de Inclusión y Bienestar Social de la Ciudad de México (SIBISO), fruto de un convenio entre Casa de Muñecas Tiresias, la organización fundada por Cuevas, y el Gobierno de la CDMX, para la reinserción económica y laboral de personas vulnerables.
La población que recibe la casa son mujeres trans en situación de calle, consumidoras de estupefacientes, que viven con VIH y que acaban de salir de la cárcel. La mayoría ejerce el trabajo sexual. “Al principio teníamos sólo tres chicas porque necesitábamos armar bien el modelo de atención. Ahora ya son más de 10 bajo nuestra responsabilidad”, explica Cuevas.

Casi todas las residentes son migrantes de Centroamérica: Honduras, Nicaragua, Guatemala. “También tenemos a una argentina y hasta hay una chica que no es trans”, explica la directora. “El centro está dirigido a la población LGBTT, porque son quienes más sufrimos la discriminación, pero no íbamos a dejarla en la calle”. Cuevas la conoció en la entrega de tarjetas de débito que el gobierno de la Ciudad de México repartió en apoyo a personas que realizan trabajo sexual con motivo de la emergencia sanitaria, una iniciativa en la que ella estuvo involucrada.
Debido a la crisis, una de las consecuencias de la clausura de actividades no esenciales por parte de la Secretaría de Salud, fue el cierre de hoteles, que dejó a muchas personas sin un lugar donde dormir “Mientras reorganizamos la estructura de funcionamiento, cada día nos llaman de aquí y de allá para canalizarnos más casos. Pero nuestros recursos administrativos son inexistentes, sólo somos dos personas. Recibimos un apoyo del Gobierno para comida, pero casi todo lo sacamos de donaciones, los muebles, los productos de limpieza, la ropa…”, dice Cuevas.

Dayling

Dayling, hondureña de 33 años, entró a la casa tres días antes de su cumpleaños, el 19 de abril. “Me celebraron muy bonito, con pastel y hasta hicieron un video”. Daylin trabajaba como recamarera en horario completo en la pensión Exhipódromo de Peralvillo. De 9h a 7h de la noche limpiaba habitaciones. Cuando acaba un turno profesional empezaba el otro en las calles oscuras. “En el hotel ganaba 1270 pesos a la semana, con los que pagaba mi cuarto: 1250. El resto para vivir lo sacaba de mi trabajo sexual. ¿Cuánto? Dependía de los clientes que aparecieran, había noches de 7 y hasta 8, otras dos, uno, o ninguno”.
A Dayling le gustaba su trabajo en el hotel. “Me permitía alejarme de las drogas y del alcohol, no exponerme a los peligros de la calle”. Cuando el gobierno mexicano decretó el inicio de la fase 2 del COVID-19, se quedó sin los dos trabajos de golpe. “Avisaron de que había que cerrar el hotel, y que sacáramos lo que pudiésemos. Me metí a bañar rapidísimo, me maquillé, y agarré sólo una muda. Hasta que no me estuve fuera no me di cuenta de que me había dejado todo dentro”. No la dejaron pasar a por sus cosas, ni siquiera a por el poco dinero ahorrado y, llorando, acudió a una compañera que le dio el contacto de Cuevas.
Adicta a la piedra base durante 18 años, Dayling lleva un mes y medio sin probarla. ”¡Un logro exagerado para mí! Le entré a la mentalidad de querer cambiar, dejar las drogas. Y estoy orgullosa, pero a veces tengo ataques de ansiedad, me cambia el humor, hay días en los que no tolero a ninguna compañera…” El programa contra la drogadicción lo supervisa Katerine Márquez, coordinadora de Psicología y Salud de la Casa Hogar. “Muchas de las chicas no son sólo tienen enganche a las drogas, también a los medicamentos. Han pasado por situaciones extremas de violencia y abuso. Tenemos varios casos de víctimas de trata. Y es normal que las consumidoras de sustancias psicoactivas experimenten ansiedad y angustia, pesadillas y cambios bruscos en el temperamento. No podemos sacarlas de la adición bruscamente, sin ningún tipo de terapia”. La metodología que siguen, según explica la psicóloga, es implementar una desensibilización sistemática disminuyendo la dosis de forma progresiva.

Katherine Márquez

“Por eso, lo primero que hacemos cuando nos canalizan un caso es pedir un expediente de urgencia. Hay que tener en cuenta que, además de la adicción, estas chicas tienen que hacer frente a otros problemas de salud. Son seropositivas, presentan infecciones de transmisión sexual (ITS), como VIH y sífilis. Es una población muy vulnerable a la crisis que estamos viviendo”. 
MSF es una de las organizaciones que apoya con algunos tratamientos. “Una de nuestras residentes padece un cáncer de colón. Su tratamiento y las bolsas por su colostomía las recibe de esta organización. Nosotras sobrevivimos de donaciones y cada bolsa cuesta más de 400 pesos. Si no recibiéramos esa ayuda, ¿qué sería de ella?”

Márquez acaba de cerrar un convenio para que cada sábado las visite un médico externo. “La idea es que su servicio también se extienda vecinas y vecinos del cerro de forma gratuita”. La suburbanización de la capital en la colindancia con el Estado de México ha dado lugar al surgimiento y expansión de barrios populares como la Colonia Casilda, que escala el Cerro del Chiquihuite. Abandonada durante años por el gobierno, la violencia y delincuencia forman parte de la vida de sus habitantes, vecinos que “se las tienen que arreglar” para sobrevivir en un valle extra poblado donde difícilmente llega el transporte público.
La psicóloga, quien trabajó nueve años en el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (INEA), ha firmado un acuerdo con esta institución para sacar adelantes la formación de las chicas. “Salvo dos de ellas, todas las residentes terminaron la primaria, así que la mayoría está haciendo la Secundaria o estudiando para completar la Preparatoria”. 
Sin un apoyo económico salvo las donaciones que Cuevas recibe en su cuenta personal, la directora mantiene el funcionamiento de la casa improvisando una disciplina. “En esta casa hay unas reglas y si no se cumplen hay consecuencias”, zanja la activista. Además de sesiones de estudio, las chicas reciben tres talleres semanales y se organizan en mesas de trabajo donde hablan de sus emociones y se escuchan unas a las otras. “Y los resultados se notan, algunas llegaron enojadas, desilusionadas. En los últimos días ha mejorado mucho la convivencia”, afirma Cuevas.

Tiffany se confiesa muy ilusionada con sacar el bachillerato y entrar en la universidad. Kenya le inspira. “He encontrado una esperanza de vida, en la calle no la tenía. Desde los 12 años yo no tenía esperanzas de nada. ¿Cómo agradecerle tanto?”. La directora les ha dicho que su recompensa es que salgan de la casa con un título. “Los primeros tres meses están pensados para que comiencen sus estudios y se estabilicen a nivel emocional. Poco a poco van adquiriendo responsabilidades hasta que consigan un empleo a través de la Secretaría de Trabajo de la Ciudad de México. Estudiar les vuelve a emocionar”, dice Cuevas, quien las entiende mejor que nadie. Ella también estuvo en situación de calle y 10 años en el Reclusorio Norte, prisión que se encuentra precisamente en la delegación donde se alza la casa hogar.

“Lo primerito que las impacta es volver a sentir el calor de familia, el aprecio de los otros, la sensación de que se interesan por ti, por tu bienestar, es algo muy bonito”, dice la activista. Las integrantes de la casa forman una familia y entre ellas se cuidan. Hace sólo unos días, una de las chicas, diagnosticada con depresión, intentó suicidarse. Dos compañeras evitaron que se quitara la vida. “Fue todo un drama, pero es que llevamos mucha carga encima”, explica Dayling, quien empezó a prostituirse a los 14 años, antes de cambiar su género. “Hacer trabajo sexual supone enfrentar a diario enfrentar la muerte. No te pagan, te roban… La calle es una escuela, te destruye. Si eres inteligente le sabes sacar provecho. A mí me destruyó”, expresa la hondureña. Y anuncia: “Yo de acá no salgo siendo prostituta de vuelta, a mi aquí cambiaron la perspectiva, me volvieron a sentir lo emocionante y lo excitante que es volver a estudiar, tener calor de familia, hermanas y una madre”.

Esta casa, un espacio libre de violencia y discriminación donde las personas se reconstruyen, es un proyecto que Cuevas llevaba planeando muchos años, desde que asesinaron a su amiga Paola Buenrostro, el 30 de septiembre de 2016. El hogar refugio adoptó su nombre en memoria de la víctima. “Es realmente importante que este centro se llame así en honor a ella, porque quiere decir que todo mi sudor y mis lágrimas tras la muerte de Paola han merecido la pena. Ella era mi mejor amiga y un desgraciado, que no ha pagado por su crimen, me la arrebató”, expresa la activista, y muestra una sonrisa enorme de orgullo. “Que un refugio para víctimas de la indiferencia y la violencia lleve el nombre de una trabajadora sexual, o como vulgarmente le dicen, ‘una puta es de la esquina’, es toda una lección para las instituciones y la propia sociedad. ¿No crees?”.

Fotografías: Gisela Delgadillo – Seila Montes

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