Aletargados comenzamos a asomarnos en los balcones de la cotidianeidad y miramos a otros que hacen lo mismo. Ya comienza a espabilarse la vida, la que suponemos cierta y entendemos que las costumbres retomarán nuestras rutinas, hasta que plácidos caminamos por las calles sin temor al viento, ni al prójimo.
Nuestra compleja dualidad se recoloca en su centro y somos los de entonces. Buscamos recuperar las horas perdidas y dulzones planeamos calendarios. Lo demás no importa, porque estamos de vuelta en el mundo que nos es tan habitual. Inflamamos los pulmones de dicha por dejar este sueño extraño detrás. A ese pasado pretendemos volver, porque todo tiempo pasado fue mejor, diría Jorge Manrique. En nuestra imaginación el horizonte es luminoso, uno que se define en la bondad y la solidaridad. Así nos imaginamos la vuelta.
Pero a pesar de tantos deseos, el regreso no será como abrir una puerta en medio de la primavera. Será una resaca muy rara y la somnolencia difícil de espantar, quedará en nosotros mientras se disipan las dudas y recobramos algunas certezas.
Y tendremos miedo de todo, porque no hay precisiones de nada. La pandemia sigue fluyendo como una marea invisible y aunque nos dicen que pronto saldremos, parece que lo más cauto es seguir en el claustro de la inacción y la paciencia. Porque todo indica que lo peor no se ha consumado.
Los monstruos viejos siguen vivos y al acecho. Esos sí que no cambiarán. La desigualdad, racismo, la corrupción, la charlatanería política, los homicidios, los atropellos y todos sus parientes, seguirán despiertos y más vivos que nunca. Y es normal, el letargo es el mejor aliado del abuso y mayores son los espacios para la violencia y el atraco.
La incertidumbre nos da miedo, nos hace impredecibles y nerviosos. La crisis de desinformación nos ha convertido en muy crédulos o especialmente desconfiados. No sabemos nada y cada quien actúa conforme a su propio repertorio.
Estamos a expensas de nosotros mismos y del criterio que cada quien busque seguir, porque la imprecisión es la norma de quien debe dar claridad. La vuelta será brumosa, un espacio de indefiniciones con riesgo a contagiarse.
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