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Por Miguel Pulido

Si Usted –como yo- estaba escuchando el día de hoy (4 de mayo) Aristegui en Vivo, seguramente se enteró que la periodista Carmen Aristegui tuvo que hacer una emisión corta de su programa transmitido por Internet. ¿La razón? Ella misma informó que debió acudir a una audiencia judicial. Carmen está acusada de causar daño moral por la publicación del prólogo de un libro sobre la casa blanca de Enrique Peña Nieto.
Paradojas. Precisamente ayer (3 de mayo) se celebró el día mundial de la libertad de prensa, y apenas un día después, la periodista más respetada e influyente del país tiene que alejarse de los micrófonos para atender uno de los múltiples pleitos legales que enfrenta.
Sin rodeos: juicios que buscan callar o afectar su labor periodística. Sobre el caso particular de la demanda por daño moral de Joaquín Vargas contra Carmen Aristegui, ya alguna vez le compartimos un análisis más detallado.
Pero importa destacar hoy, una vez más, que hay silencios que dotados de significado comunican. Y hay otros que arrebatan. Cuando la prensa calla, la verdad se tambalea, las sociedades pierden, el debate se fragiliza y un buen fragmento del futuro se esfuma. El silencio de la prensa confiesa la debilidad de la democracia.
Y en México los periodistas callan o quieren ser callados por múltiples razones.
Aclaremos, el caso de Carmen es un ejemplo duro que se inserta en un contexto trágico. Vivimos una de las épocas más siniestras para la prensa. Comencemos por lo fundamental: la violencia. La prestigiosa organización Artículo 19 afirma que 2016 fue el año más letal para la prensa. En total, once periodistas fueron asesinados. En lo que va del sexenio de Enrique Peña Nieto, 30 periodistas han sido asesinados. Pero esta saña asesina no anda sola, la acompaña la impunidad. En el 99.75 por ciento de los casos, no hay una condena.
Una realidad tan brutal puede escapar a la sensibilidad de los políticos mexicanos, pero no a los ojos del mundo. Tres informes internacionales presentados en los últimos días tratan el tema sin contemplaciones. El Comittee to Protect Journalists, Reporteros Sin Fronteras y la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión de la CIDH coinciden, no solo en que México es mortal ser periodista, que es el peor país de América Latina.
También un extenso reportaje del New York Times da cuenta del peligro constante y sistémico contra las y los periodistas en México y especialmente en Veracruz. Ante ello, los presidentes de la Asociación Mundial de Periódicos y Editores de Noticias y el Foro Mundial de Editores solicitaron a Peña Nieto una reunión para abordar alternativas. Juntaron miles de firmas y de datos y usaron un lenguaje contundente. Para que ubiquen en el círculo cercano a Peña, la señal de alarma: no hay precedentes de una carta de este tipo para un Presidente de México.
La violencia rasga lenta y consistentemente la moral de la prensa. Su peor legado es la autocensura. Pero en México no sólo se calla por temor, también por interés o docilidad. El autoritarismo nos legó esa otra fuente de silencio: el control político de los medios de comunicación, con miles de millones de pesos en publicidad oficial gastados sin criterios claros.
No olvidemos que el Poder Legislativo ha decidido adherirse al desastre, con la llamada Ley Televisa-Doring. Un auténtico acto de despojo de la posibilidad de tener un modelo de comunicación política que incluya o reconozca los derechos de las audiencias. A los señoritos de los grandes consorcios no les gusta ni que tengamos expectativas o aspiraciones a la pluralidad mediática.
Y aquí conviene volver al caso de Aristegui, pues no es uno aislado. El abuso del sistema judicial, aún sin el drama de la sangre o la vulgaridad del dinero de publicidad oficial, es una grosera mordaza. Se trata de prácticas aparentemente menos salvajes o estridentes, pero que también lesionan la libre expresión y el debate público. Son un retrato de un país que en ocasiones se atraganta con la más básico.
Toca –como nunca- revisar lo que tenemos y lo que podemos hacer. Elegir sobre qué informarse y de qué fuente lo hacemos no es cosa menor. Hay que reventar el paradigma que nos quieren imponer que apenas nos reconoce como consumidores y no como ciudadanía. La rebelión de las audiencias es posible eligiendo críticamente qué escuchar. Solidarizarse con los periodistas profesionales y valientes adquiere una relevancia. Carmen ha insistido una y otra vez: que nadie lo dude, esta lucha es por nuestra libertad.
Y eso importa muchísimo, en un país de libertades mochas y de democracia trucha.
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