El hubiera no existe. Aún así es pertinente responsabilizarse por las consecuencias de nuestros actos. Yo voté por López Obrador en las pasadas elecciones. Y es común escuchar reclamos por el sentido de mi voto y en ocasiones se me cuestiona por las decisiones que toma desde la presidencia. ¿Cómo explicas esto?, me dicen. Se los dijimos, exclaman muchos desde su superioridad moral.
La democracia electoral da sentido al concepto ciudadano, en tanto que da el mismo trato a todos. En el voto se materializa la igualdad. Por ello, es irrelevante en términos reales, la razón que motivó una preferencia electoral. En algunos casos puede ser un análisis profundo de las propuestas político-económicas, una protesta visceral o la identificación con el candidato. Da igual.
Yo voté por López Obrador por las siguientes razones:
1.- Porque consideré que el país no podía seguir por el mismo rumbo, que representaban las otras alternativas;
2.- Creí que era genuino en su convicción de combate a la corrupción e impunidad;
3.- Pensé con convicción en la frase, “Por el bien de México, primero los pobres”;
4.- En una visión de mediana o larga duración, a México le urgía un cambio profundo;
5.- Era tanto el letargo en el que estábamos, que necesitábamos una terapia de choque.
Las últimas dos razones son peligrosas, porque pueden tener efectos muy profundos e incluso ruinosos para el futuro inmediato. Aún así, consideré que México es más que sus políticos y representantes y que bien valía la pena arriesgarse. En ese sentido, voté por AMLO para hacerme responsable del futuro del país.
La alternativa era seguir con el mismo modelo en el que estábamos y no estaba bien, al contrario, sigo pensando. Aun con lo bueno y positivo, hay muy poco que defender del régimen anterior. En el mejor de los casos, el rumbo de México era un parangón de mediocridad y desigualdad.
Y no, no me gusta en lo absoluto la forma en que está gobernando López Obrador. Todo es un marasmo de justificaciones, excusas, divisiones, ambigüedades, polarizaciones y teorías de la conspiración. Resultó ser mucho más pragmático que un hombre de principios; mucho más conservador de lo que creímos; y, mucho más populista de lo que pensábamos.
Pensar en el proceso electoral de 2018 es complicado, porque para mi no había de otra. Era impensable seguir por el mismo camino. Pero López Obrador ha resultado ser, a un año de su presidencia, una decepción, y sobre todo, una gran frustración.
Mi mayor problema es que ni entonces ni ahora votaría por las otras alternativas. Nos legaron este presente de corrupción, impunidad, inseguridad y pobreza. Pero tampoco lo volvería a hacer por López Obrador. Está arrasando con el pasado institucional, sin proponer nada sustantivo a cambio. No está edificando, se ha dedicado a fragmentar a la sociedad y a buscar engrandecer su imagen.
Estoy huérfano y desilusionado, como muchos. Voté por el con la idea que sería un cambio positivo para México. Tal vez sea prematuro, pero no veo que esté construyendo un futuro mejor.
Las 30 millones de personas que votamos por López Obrador, somos responsables que el sea el Presidente de México. Pero del presente y el futuro somos responsables todos, hayamos o no votado por él. Nos corresponde ser críticos y exigentes con el gobierno, defender la democracia y los contrapesos al poder. Es nuestra obligación y deber ciudadano.